Plaza de Toros

Plaza de Toros
Este año, 2014, me ha tocado a mí... Tendré el gran orgullo y a la vez, la gran responsabilidad de representar a la mujer rondeña, un sueño hecho realidad y todo un año para disfrutarlo.

Desde éste blog os iré contando a modo de diario, lo que supone éste nombramiento, pero no sólo yo, como Presidenta, también "mis niñas" aportarán cada una su granito de arena para que conozcáis de primera mano nuestras ilusiones, los preparativos, las inquietudes, lo que significa cada acto al que acudimos, los complementos y trajes que vamos a llevar, en definitiva, lo que significa ser Dama Goyesca de la Feria y Fiestas de Pedro Romero.

Espero que a través de mis palabras logre transmitiros nuestros sentimientos y podáis vivir con la misma ilusión que nosotras este sueño.

Belén
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miércoles, 9 de abril de 2014

Mas historia... Don Pedro Romero


Nació en Ronda el 19 de Noviembre de 1754 y murió en la misma ciudad el 10 de febrero de 1839.


Según testimonio de los historiadores, Pedro Romero ha sido el matador de reses bravas que ha ejecutado la suerte de matar con perfección no igualada por nadie.

Su abuelo, Francisco Romero, que fue el primero que empleó la muleta y la espada para dar muerte a los toros de lidia, se limitó a ser solamente precursor. Creó la suerte de recibir, pero no supo adornarla con atractivos artísticos, y su padre, Juan Romero, que continuó la obra de su progenitor, tampoco logró mejorarla. Pedro Romero, dotó a la suerte de recibir de normas que aportaron finura y elegancia, la practicó en forma que nadie después ha podido superarle.

Como hombre era modelo de seriedad y honrada conducta. Su aspecto rústico y tosco no excluía destalles de caballerosidad derivados de su carácter francamente hidalgo. Ni sintió la vanidad ni conoció la envidia. Se consideraba superior a todos sus compañeros, pero nunca hizo alarde de ello, ni incurrió en la ordinariez de humillarlos.

Fundador de la que se llamó escuela rondeña, sus advertencias y consejos alcanzaron la categoría de preceptos, que fueron acatados y seguidos por todos sus discípulos e imitadores.


Promocionó e impuso un estilo de toreo de capa y muleta reposado, serio y tranquilo, sin floreás ni preciosismos, fiando la eficacia de la lidia al empleo de los brazos.
“El que quiera ser lidiador ha de pensar que de cintura abajo carece de movimientos. La honra del matador está en no huir ni correr nunca delante del toro teniendo muleta y espada en las manos. El espada no debe jamás saltar la barrera, después de presentarse al toro, porque esto ya es caso vergonzoso. El lidiador no debe contar con sus pies, sino con sus manos, y en la plaza, delante de los toros, debe matar o morir antes que correr o demostrar miedo”

Pedro Romero, consideraba que todas las suertes deben estar subordinadas a que las reses leguen a la muerte en condiciones de que el matador la ejecute artísticamente. El resto de las suerte, las banderillas, las puyas, las consideraba como elementos auxiliares de la suerte suprema.
Tuvo una larguísima vida profesional, mató 5.600 toros, siendo tan seguro su toreo que nunca recibió ninguna cogida grave. Durante su carrera profesional, coincidió con Pepe-Hillo; aunque cada vez que torearon mano a mano juntos , Pepe-Hillo siempre salió derrotado.


Una de sus hazañas sucedió en la Plaza de Madrid el 17 de Junio de 1789. El tercer toro de aquella corrida era de muchos kilos y bravo como pocos; acometía con verdadera codicia a los picadores, sin volver la cara. Se puso en suerte el famoso varilarguero Manuel Jiménez, de la cuadrilla de Romero, y la embestida del toro fue tan impetuosa ,entonces los toros tenían seis años y un poder asombroso, que materialmente volaron jinete y cabalgadura. El caballo salió huyendo, y el piquero, maltrecho del golpe, quedó tendido en la arena muy cerca del toro. La impresión del público fue de horro y se produjo un unánime grito. Aquel hombre estaba cogido, porque a pesar de estar Romero cerca también, al menor movimiento de la capa, el toro que tenía la visita fija en el picador, se arrancaría en cualquier momento sobre él. Pero le salvó la incomparable pericia del lidiador que, mirando al toro, vio lo que otro no hubiera visto, y con voz imperativa ordenó: «Tío Manuel, levántese sin cuidado.» Cumplir aquel mandato era peligrosísimo, porque es sabido que la única manera de defenderse en estos casos es permanecer inmóvil; pero era tal la fe que inspiraba Pedro a sus compañeros, que el picador se puso en pie despacio, porque lo dolorido que estaba le impedía hacerla de prisa, y pudo llegara a la barrera. Y entonces el espada se abrió de capa y se llevó a la bestia al otro extremo del ruedo. ¿Qué vio el diestro rondeño en aquel toro, para saber que no acometería? El mismo no se lo explicaba, según manifestó después; pero afirmaba que estaba absolutamente seguro de que no embestiría aunque el picador se levantase.
Ese don de percepción no lo ha tenido ningún diestro más que él.

Y en cuanto a sus portentosas condiciones de torero y matador, lo demuestra lo que sucedió, también en Madrid, poco antes de retirarse de la profesión.
Salió un toro salmantino, tan ligero de pies y ágil de movimientos, que saltó al tendido, hirió a varios espectadores y mató al alcalde de Torrelodones, que presenciaba la corrida. Se produjo tal confusión ante aquel inesperado acontecimiento, que descuidaron el cierre de una puerta y el toro salió de la plaza; pero en lugar de dirigirse al campo, que era la querencia natural, se internó en la población. Romero, que nunca perdía la serosidad, veloz como, el rayo, requirió espada y muleta, y montando a la grupa con el picador Antonio Galiano, que estaba en el ruedo, le mandó que galopara en seguimiento del toro. Así lo hizo, y lo alcanzaron a la entrada del paseo del Prado, dispuesto, que estaba muy concurrida. Desmontó en el acto y en medio de la calle, sin barrera donde guarecerse ni peones que le ayudaran, le dio una brillantísima brega de muleta y lo mató, recibiendo, de una magnífica estocada. Con ello salvó a Madrid de un día de luto.

¿Verdad que parece una leyenda? Pues fue una realidad que aumentó su enorme prestigio.
Se retiró de los toros en plena gloria en 1799, al cumplir los 45 años.
Creada la Escuela de Tauromaquia en Sevilla por real orden de 28 ,de mayo de 1830, nombraron director de ella al célebre diestro ya retirado también, Jerónimo José Cándido y ayudante, a Antonio Ruiz. Pedro Romero, que se creía con mejor derecho que todos para dirigir aquel singular instituto, acudió al rey en solicitud de que se le concediese aquel cargo. El soberano, debidamente asesorado, estimó razonable la súplica del viejo lidiador y ordenó al secretario del Despacho de Hacienda que se confiara la dirección de la Escuela a Romero y pasara Cándido a la plaza de ayudante, mandato que quedó cumplimentado por real orden. de 24 de junio de 1830. Escuela de tauromaquia fue suprimida por real orden de 15 de marzo de 1834. Durante los cuatro años que existió, el anciano matador logró sacar adelante al gran Francisco Montes (Paquiro), a Francisco Arjona Herrera (Cuchares), a Juan Pastor (El Barbero) y a Manuel Domínguez (Desperdicios).
Falleció a los ochenta y cinco años en su Ronda natal.

 

 

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